Por Alejandro Alagia ** Fiscal general, miembro de “Justicia legítima”.
Si
los supremos magistrados que hoy se oponen a la reforma democratizadora
del Poder Judicial ocuparan igual posición en la época de la colonia
habrían resistido la Revolución de Mayo y sus ideales de soberanía
política.
Entre el derecho de la población a participar directa o
indirectamente en el gobierno del país y los privilegios corporativos y
estamentales, la Corte Suprema se aferra a lo peor del pasado. Menos
democracia y más República es la bandera de la oposición conservadora
que declara que los jueces para ser justos tienen que ser independientes
de la voluntad popular. La República puede ser aristocrática,
oligárquica o simplemente el gobierno de los poderosos con la única
condición de que el soberano no sea el mismo que gobierne, dicte las
leyes y juzgue los crímenes o resuelva los pleitos.
La República reparte
el poder y el gobierno entre los poderosos. La democracia y la
extensión de los derechos sociales y políticos para el gobierno de la
población y la administración de los recursos de un país son, en cambio,
las más hermosas y potentes conquistas políticas modernas que tiene el
pueblo común para su autodeterminación. El fallo de la Corte legitima el
peor de los colonialismos, el interno. No es el pueblo sino los que
saben quiénes deben gobernar el reparto de castigos y de bie-nes. Con el
mismo desprecio por el saber popular, la cultura jurídica y judicial
dominante ha impedido hasta hoy los juicios por jurados que es una
demanda democrática de más de un siglo y medio.
La peor enseñanza que
este fallo deja es ésta: que la función del gobierno judicial es la de
evitar los excesos de democracia política. ¡Función judicial
contramayoritaria para proteger derechos de minorías! Prejuicio y terror
oligárquico a la participación ciudadana como en la época anterior al
sufragio universal. Una vergüenza ¿Magistraturas antipolíticas? Cinismo
descarado con el que se quiere presentar al gobierno judicial
simplemente como un servicio público técnico, a la imagen de una guardia
médica o una oficina de transporte.
Desconfianza en el pueblo que está
para ser dirigido como un rebaño incapaz de entender lo justo y lo
moral. No es improbable que una mayoría electoral se equivoque sobre lo
que es mejor para su sociedad, pero siempre será infinitamente más
doloroso para todos el error de un estamento que, en tanto guardianes de
la ley, de lo que existe, de lo que es bueno y posible, no deja de
arrastrar, como a lo largo de todo el siglo XIX y XIX, a grupos enteros
de la población a verdaderos mataderos y a privaciones aberrantes. No
tenga miedo la corporación colonial. Siempre las mayorías coyunturales
tendrán como límite a su poder soberano reglas fundamentales del derecho
internacional de los derechos humanos. No fueron los jueces los que
dieron su vida para conquistarlas. Ahora sabemos también que no dan su
inteligencia para hacerlas valer.
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