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Carlos Ordoñez
Secretario General de la Federación Judicial
* Artículo publicado en el periódico de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), Número 93. Abril 2013.
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El
debate por la necesaria reforma judicial se ha puesto nuevamente en la
agenda política y mediática de manos del intento encabezado por el
Ejecutivo Nacional y expresado en el discurso presidencial en el inicio
de las Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional. La Federación Judicial
Argentina (FJA-CTA) lleva décadas propugnando el tema y trabajando
propuestas para esta esperada reforma que no puede ser fruto de un
“manijazo” sino de un proceso político con amplia participación donde el
pueblo sea protagonista.
El
sistema judicial no es algo que está al margen del resto de la
sociedad. El modelo de justicia es inseparable del modelo de sociedad a
la que pertenece. No es posible imaginar una justicia democrática en un
sistema antidemocrático, como tampoco es factible una justicia
democrática en una sociedad marcada por la división de clase, la
desigualdad social, económica, cultural y política.
Esas
afirmaciones, que para algunos pueden parecer una verdad de Perogrullo,
no son sin embargo el sentido común dominante y mucho menos parecen ser
el pensamiento oficial ni de la mayoría de los sectores que se dicen
opositores. Por el contrario, en algunos planteos actuales acerca de la
democratización de la Justicia domina la idea de que puede discutirse
esa democratización con independencia de discutir cómo funciona el poder
en general en nuestro país. Así que vale la pena dejarlo claro de
entrada: justicia democrática sólo en un sistema verdaderamente
democrático.
Ese vínculo indisoluble
significa que la cuestión de una justicia democrática requiere
plantearse simultáneamente las condiciones generales de funcionamiento
de la sociedad, tanto en lo político como en lo social, económico y
cultural.
Este enfoque global del
problema judicial no significa esquivar el análisis de lo
específicamente judicial. Podemos y debemos hacer planteos muy concretos
en este tema. Y los trabajadores, entre ellos los judiciales, tenemos
mucho para decir al respecto. Pero es una trampa enorme creer que se
puede avanzar en esa dirección sin plantearnos en qué sociedad estamos y
qué sociedad se corresponde con un sistema judicial coherente con los
intereses populares.
Un poco de historia
La
ahora tan mentada democratización de la Justicia es, en realidad, una
vieja bandera de los sectores populares, que se planteó con intensidad
al comienzo mismo de la actual etapa constitucional, que pronto cumplirá
30 años. Por aquel entonces, el Poder Judicial apareció en la nueva
escena democrática prácticamente intocado. Es decir, se retiraba una
dictadura cívico militar, que había instaurado el terrorismo de Estado y
para lo cual necesitó indispensablemente de una justicia no solo
cómplice sino partícipe necesaria del sistema represivo como garante de
la impunidad, y, paradójicamente, casi nada cambiaría en el sistema
judicial a partir de ese 10 de diciembre de 1983, cuando asumió la
presidencia el doctor Raúl Alfonsín. Con excepción de algunos
magistrados del fuero federal criminal, especialmente la Cámara Federal
de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal, que
luego se avocaría al juicio a las juntas, casi nada cambió.
Incluso,
un año después del retorno a la Constitución, la Asociación de Abogados
de Buenos Aires llamaba la atención sobre esa inmutabilidad del Poder
Judicial al señalar que prácticamente el 93 por ciento de los jueces
eran los mismos que durante la dictadura.
El
tema no es menor por varios motivos. El sistema judicial había sido una
pieza esencial del aparato terrorista, en tanto esterilizaba toda
tentativa de investigación (cajoneando los habeas corpus, rechazándolos y
negándose a investigar, trucando adopciones de hijos de desaparecidos,
autorizando entierros clandestinos NN, etc.) y a la vez servía como
fachada de legalidad a la dictadura.
Asímismo,
el sistema judicial había convalidado todo el plexo jurídico normativo
del llamado “Proceso”, desde la superioridad de las actas dictadas por
la Junta respecto de la Constitución Nacional, hasta la confirmación de
todos y cada uno de los dictados de dicha máxima instancia dictatorial
en relación a los más vastos temas concernientes a la economía y la
sociedad.
Con los años, aquello cambió
poco y nada, más por acción del transcurso del tiempo que promovía
jubilaciones y retiros que por una política de depuración y
transformación del sistema judicial. Por el contrario, si algo cambiaría
iba a ser de la mano de las reformas de tercera y cuarta generación
promovidas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el
Banco Interamericano de Desarrollo, en el marco de la ofensiva
neoliberal. Los pasos que se iban a dar en ese marco tienen mucho que
ver con la cuestión que ahora se pone sobre la mesa. Porque las medidas
que se tomaron en ese proceso tuvieron que ver con adecuar el sistema
judicial más ajustadamente a las necesidades de un modelo social,
político, económico y cultural del capitalismo más salvaje que conoció
nuestro país.
Los sistemas de mediación
privada, otras formas de tercerización de la justicia, la paulatina
destrucción del fuero laboral, la cooptación de magistrados entrenados
en los foros de las grandes corporaciones económicas y entidades
financieras internacionales, fueron esenciales también para el
funcionamiento del modelo que se profundizaría en la etapa menemista.
¿Cómo
si no iban a lograr que se aprobaran sentencias que avalaban la
precarización del trabajo, la quita de derechos laborales, la libertad
de circulación de los capitales especulativos, la destrucción del
sistema jubilatorio, las privatizaciones masivas y otras miles de
medidas adoptadas por entonces? Fue así que surgió, incluso, una
justicia eficiente (al contrario de la eterna idea de que el problema es
la ineficiencia) para asegurar juicios rápidos cuando están en juego
intereses de las multinacionales, por ejemplo. En todo caso, la
“ineficiencia” era para tratar los derechos de los trabajadores, o para
analizar las demandas que planteaban la ilegitimidad del pago de la
deuda externa, etc. Pero, en realidad, no es ineficiencia sino eficacia
funcional en relación con un modelo.
Un sistema judicial funcional al capitalismo salvaje
Aquella
funcionalidad del sistema judicial en relación con el modelo
capitalista salvaje es lo que quedó al desnudo durante la crisis del
2001. Por primera vez en la historia argentina, el “que se vayan todos”
abarcó al propio sistema judicial, en particular a la Corte Suprema de
Justicia, que fue señalada por un enorme movimiento popular que impulsó,
en las puertas mismas del Palacio de Justicia de la Nación, la remoción
total de la Corte menemista.
De algún
modo, el Presidente Néstor Kirchner se hizo eco de esa demanda popular
cuando, en sus primeros meses de gobierno, amagó con el juicio político,
logró con eso renuncias de cortesanos, e impulsó luego su reemplazo con
figuras que aparecieron más potables a los ojos de la gente. Asímismo,
le dio un marco de transparencia y cierta participación popular a esa
sustitución, que iba en paralelo a lo que podría llamarse por entonces
un reclamo democratizador del sistema judicial.
Pero
la cuestión, en su esencia, se quedó allí. Podría decirse, al
principio, que “no era poco para empezar”. En efecto. El problema no fue
el comienzo sino todo lo que se hizo en materia de democratización. Y
para ser todo es demasiado poco. Y para colmo, como se vio por ejemplo
en las manipulaciones oficiales dentro del Consejo de la Magistratura de
la Nación, en la política kirchnerista de designación de jueces, etc.,
lo que se había hecho bien quedó totalmente desmerecido.
La nueva propuesta oficial
¿Esta
nueva ofensiva oficial “por la democratización” no es un reconocimiento
de que faltaba mucho más? ¿Por qué se detuvo el ímpetu que depuró
parcialmente a la Corte Suprema de los elementos más reaccionarios? ¿Por
qué se volvió tan rápidamente a la elección de jueces a dedo o a las
presiones indirectas sobre los jueces que tienen competencia en temas
que preocupaban al gobierno, o, como contrapartida, a la ayuda
“solidaria” del juez amigo? ¿Por qué se asegura que ahora sí, y se
anuncia el retorno al camino de la democratización que se abandonó tan
rápido como había empezado?
Responder a
estas preguntas no es sencillo y podría dar para una especulación, quizá
demasiado subjetiva para algunos. Sin embargo, es necesario
planteárselas, tratando de basarse en los hechos, y extraer
conclusiones.
Porque, desde ya que
estamos de acuerdo con que hay que contar con una Justicia para la
democracia. Pero, ¿es a eso a lo que apunta el gobierno? ¿Las medidas
anunciadas por la Presidenta apuntan en esa dirección? ¿Qué nos dice el
análisis de esos anuncios más allá de que todavía no conocemos los
proyectos de ley que deberán plasmarlos? Y, también, por qué no: ¿qué
nos dice lo que la Presidenta no dice, lo que calla, lo que silencia? Lo
que no se habla es tan significativo como aquello que se anuncia.
Sin
duda, el proceso de elección de los magistrados es una cuestión clave.
Diríamos también que los de la evaluación de sus funciones y los de la
eventual remoción, también. Eso tiene un aspecto procesal y otro
sustancial. El procesal tiene que ver con quiénes eligen a los jueces y
cómo. Si a eso se contesta: el pueblo por elección de un Consejo de la
Magistratura, estamos de acuerdo, aunque no es la única fórmula y, si
nos ponemos en serio a debatir el tema, quizás haya fórmulas mejores.
Hay
distintas formas de llevar a la práctica la capacidad de decisión
popular en materia de composición del poder judicial. Pero partamos de
acordar que todo lo que aumente la participación y la capacidad del
pueblo en materia de poder decisorio en relación a la composición del
poder judicial es bienvenido. Y cabe recordar que, desde la Federación
Judicial Argentina, desde la CTA, es lo que venimos planteando y
exigiendo desde hace muchos años.
Ahora
bien, si queremos tomar el toro por las astas, como quien dice, hay que
plantearse también un problema tanto o más complejo que el de la
votación popular. Así como se plantea quién elige, también hay que
plantearse a quién se elige: ¿quiénes pueden y deben ser jueces? ¿Qué
tipo de juez se corresponde con la democracia? De esto no habló la
presidenta, y sin embargo, nos parece un tema fundamental.
Así
como hay un tipo de profesional agrónomo para un tipo de producción
agrícola, así como hay un médico que se corresponde con los problemas de
salud de una determinada población en un punto geográfico preciso, y
todo ello tiene que ver con un determinado modelo de país, también hay
un tipo de juez, que debe ser formado para un modelo de país
democrático. La hegemonía tradicional que ejercen sectores
conservadores, reaccionarios y liberales en las facultades de derecho es
un tema que tiene que ver con la democratización de la justicia. Es un
tema ideológico y cultural. ¿O creemos que es casualidad que durante los
golpes de Estado el poder que menos necesitan cambiar los dictadores es
el Judicial? Aquí hay un asunto que va a las raíces de una verdadera
democratización.
En consecuencia,
correlativamente con esa posibilidad de decidir del pueblo, es necesario
plantearse una ofensiva todavía más profunda que tiene que ver con lo
sustancial, con la subjetividad, con la currícula de las facultades de
Derecho, con los contenidos de la formación judicial en general, con las
incompatibilidades indispensables a tener en cuenta (¿no está en
nuestra normativa la idea de que los funcionarios de la dictadura no
pueden serlo de un gobierno constitucional? ¿Y qué hay de los jueces?
¿Qué hay del doctor Eugenio Zaffaroni, por ejemplo, que integró el poder
judicial durante el terrorismo de Estado?
Pérdidas y ganancias
Sigamos.
Sin duda que avalamos el planteo de que los jueces paguen impuestos
como todos los demás. ¿Criticamos que ellos no se excusen al momento de
decidir sobre ellos mismos y se transformen en juez y parte? Ahora, otra
cuestión muy distinta es la discusión sobre este nefasto impuesto a las
ganancias, que se impone a todos los trabajadores, que no es un
impuesto a las ganancias, sino al salario (y el salario no es ganancia),
y que si no aclaramos esto, terminamos por confundirlo todo. Que los
jueces, entonces, paguen impuestos, pero que se elimine el llamado
impuesto a las ganancias que afecta a los trabajadores y que se
sustituya por impuesto a los altos ingresos, y que en ese marco paguen
los magistrados, los legisladores, los jerarcas de la administración
pública y los ejecutivos de las empresas.
Porque
en este planteo de que los jueces paguen ganancias, se deja en el
camino la discusión más importante que debería ser la configuración de
un sistema impositivo equitativo. Ya que tenemos uno de los sistemas
impositivos más inequitativos del planeta. Empezando por este impuesto a
las ganancias. Digámoslo de entrada: es un impuesto antidemocrático y
antipopular. Entonces: ¿cómo se democratiza la Justicia con leyes
impositivas antidemocráticas? ¿Realmente puede pensarse que estos temas
no tienen relación alguna?
Lo que
queremos decir es que con un análisis más fino podemos llegar a ver cuál
es la direccionalidad real, las verdaderas intenciones democráticas del
oficialismo, o descubrir que sólo se trata de un planteo oportunista,
que se queda en las puertas del problema, que se utiliza como bandera
circunstancial para enemigos circunstanciales, pero que no llevan a
ninguna democracia real.
Circunstancial,
sí. O si no veamos: ¿nos quieren decir que este sistema judicial que
lleva 30 años siendo el Poder Judicial de la “democracia” no tiene nada
que ver con el sistema político en general, que esta Justicia nació de
un repollo, que se autoincubó, que lo heredamos de la dictadura? Treinta
años es mucho como para hablar de que el problema judicial se debe
solamente a la corporación judicial. Y también diez años de gobiernos
kirchneristas es mucho como para hacer hoy un discurso de recién
llegados a la política. Todos los gobiernos que tuvimos desde hace
treinta años tienen responsabilidad directa; es más: son los principales
responsables de la Justicia que tenemos.
LO QUE TAMPOCO DICE EL DISCURSO OFICIAL
Además,
el sistema judicial no es todo el problema de una justicia democrática.
Los mejores jueces que dictan sentencias favorables a los jubilados que
el Poder Ejecutivo no cumple, los mejores jueces de un fuero laboral
que se ve atacado con políticas oficiales que llevan a su destrucción,
los mejores jueces que dictan sentencia para recuperación de los que
delinquen pero que los encierran en cárceles que los Ejecutivos
nacionales y provinciales mantienen en pésimas condiciones condenándolos
a su exterminio, demuestran que el problema de una justicia democrática
no tiene que ver solamente con el Poder Judicial sino con todo el
poder. ¿Por qué hay justicia más antidemocrática que aquella que dicta
fallos justos que no se pueden cumplir porque el Ejecutivo simplemente
dice que no quiere?
Lo que no dijo la
Presidenta, entonces, completa (aunque no totalmente) la materia a
analizar. Que la Presidenta no haya dicho que cumplirá las sentencias
que garantizan la movilidad de las jubilaciones, que garantizan niveles
remuneratorios adecuados, un índice de inflación real que ponga en
evidencia la desactualización monetaria de los presupuestos judiciales
como así también de los salarios de sus trabajadores, entre una lista
innumerable de cuestiones, revela, a juzgar por el pasado, que la
mentada democratización oficial puede ser solo un slogan. Una bandera
más que se le pretende arrancar al pueblo para ensuciarla.
Pero,
démosle una oportunidad la cuestión. Ahora que desde la máxima
instancia se da permiso para hablar de la democratización de la que
nosotros hablamos siempre, no nos vamos a poner en pesados.
Esperemos
que a los proyectos anunciados se sumen medidas que acaben con la
tercerización de los servicios de justicia, como la mediación, que
encarecen el acceso popular a la Justicia. Que se vuelva a fortalecer el
fuero laboral, que se revean los programas de estudio en las facultades
de derechos y en las academias jurídicas de grado, post grado, que se
amplíe la participación popular y la capacidad de decisión popular en
materia judicial, que se garantice a los trabajadores judiciales el
derecho a la negociación colectiva, que hasta ahora le es negado por los
Magistrados y por el Poder Ejecutivo y Legislativo de la Nación y de la
mayoría de las provincias (¿o se imaginan una justicia democrática que
garantice ese derecho para todos los trabajadores menos los propios del
Poder Judicial?). En fin, el menú es extenso. Porque el problema de la
democratización no es cuestión de tres leyes. Lo que está en cuestión es
un sistema.
No hay un sistema judicial
que garantice la igualdad de derechos cuando el sistema social se basa
en la desigualdad, en las diferencias de clase, en la explotación. ¿O
alguien imagina un juez que condene la desigualdad económica fundada en
la apropiación capitalista del valor creado por el trabajo? La Justicia
no es una isla.
Democratizar, entonces, es una cuestión que concierne a todo el sistema político argentino.
MENÚ DEMOCRÁTICO
La
lista de medidas para la democratización que se anhela de algún modo
puede deducirse de lo que ya expusimos. Pero hagamos un punteo de
algunas cuestiones clave:
* Garantizar
una efectiva independencia de la justicia de los poderes políticos, de
los partidos políticos y, también, especialmente, de los lobbies y
corporaciones que representan al poder económico;
* Incrementar
sustancialmente todos los mecanismos de participación popular, tanto en
los procesos de selección y remoción de los jueces cuanto en las
decisiones que se adoptan. A nadie escapa que la Justicia cumple un
papel fundamental en la determinación de la verdad dentro de una
sociedad;
* Esa
verdad no es una competencia solo de eruditos en derecho y
jurisprudencia sino que se vincula con perspectivas de clase y de
intereses de muy diversa índole: la participación popular en la
determinación de la verdad (veredictos) y sentencias es entonces una
cuestión esencial para la democratización, en tanto democracia implica
gobierno y justicia del pueblo;
* Integrar
los consejos de la magistratura con participación popular y de los
trabajadores, los juicios por jurados, y todos aquellos mecanismos que
implique garantizar la participación del pueblo en la elección y
remoción de los magistrados como el directo involucramiento de los
vecinos y ciudadanos en los procedimientos, excluyendo definitivamente
trenzas corporativas y contubernios políticos;
* Impulsar
una profunda reforma judicial que establezca un modelo de Justicia
sobre la base de la decisión soberana de los ciudadanos, eliminando las
huellas y continuidades de los ‘90, verificadas en las tercerizaciones,
el trabajo flexible, etc. Reforma que sin lugar a dudas debe estar en
contraposición con los dictamen del Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otros organismos
financieros, responsables de las modificaciones neoliberales;
* Asegurar
la transparencia de los procesos judiciales, otorgando a los mismos la
mayor publicidad posible, no sólo en relación a las sentencias sino
también en relación con los procesos de formación de la decisión
judicial;
* Establecer la caducidad de los cargos de la magistratura por el transcurso de un plazo prudencial;
* Asegurar
el derecho a la negociación colectiva y las convenciones paritarias
entre los trabajadores judiciales y las patronales, como forma de
democratizar las relaciones laborales en el interior del Poder Judicial.
* Garantizar
el efectivo acceso a la Justicia por parte de todos los ciudadanos y
habitantes del territorio de la Nación; en este sentido, la total
gratuidad del procedimiento, la proximidad de los tribunales de todos
los ciudadanos, el asesoramiento gratuito, son algunas de las garantías
de una justicia democrática.
* Efectuar
un arduo trabajo en relación a la formación y selección de los
magistrados y trabajadores judiciales en general sobre la base de
principios democráticos. Por ejemplo, los contenidos en la formación de
los jueces, los programas de estudio de las facultades de derechos, los
criterios académicos y profesionales en la valorización del currículum
de los futuros magistrados (introduciendo, por ejemplo, exclusiones
respecto de quienes hayan defendido intereses económicos multinacionales
o extranjeros y destacando aquellos que hayan estado en la defensa de
los derechos de los trabajadores y los derechos humanos).

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