OPINION
Por Guido Leonardo Croxatto ** Asesor de la Secretaría de Derechos Humanos.
Cuando se habla de la democratización de la Justicia, lo que se está
diciendo es que la memoria dejó una marca en el derecho argentino, que
tuvo o debe tener sobre la actuación de la Justicia a nivel Poder
Judicial un impacto aún más profundo, que capitalice la experiencia
vivida en los juicios de derechos humanos. Esos juicios les cambiaron el
rostro a la democracia y al funcionamiento de la Justicia. Cambiaron lo
que los abogados jóvenes entendemos por Derecho. El sentido de esos
juicios es la democratización y es la palabra. No sólo la justicia, sino
la democracia. El sentido de esos juicios es transformar la sociedad,
de modo que una situación como la del Proceso, con jueces como los del
Proceso, que una sociedad cómplice como la del Proceso, no se repita.
Eso es lo que quiere decir una Justicia más “democrática”. Una Justicia
abierta, que escuche, que defienda la democracia, que se comprometa, que
trabaje por el derecho a tener derechos (Arendt), de los que no saben
qué significa tener un derecho. Una dignidad. Una familia. Una
oportunidad. Un afecto. Un vínculo. Una identidad. Un futuro. Que
trabaje por el derecho de los que viven en la calle, de los que son
desclasados, de los incapacitados por la sociedad, encerrados. Olvidados
por el Derecho. El derecho es la antítesis del olvido. Dos puntos
esenciales de la democratización son:
1) El cambio –paso– del modelo tutelar del Código Civil argentino
(que sigue declarando “incapaces” a las personas, que les pone un
“curador” que las representa, pero en rigor las excluye; el juicio de
discapacidad o de insania es presentado como un “favor” por el Derecho,
no como una “carga”, por eso se presume que la persona discapacitada no
necesita “defensa” porque la incapacitación es un “bien”; un código que
sigue hablando de mujeres “dementes”, de “idiotas”) a un modelo social,
que entiende la discapacidad como una construcción y como una barrera.
De ese modo se invierte absolutamente lo que entendemos por
“discapacitado”. Se invierte lo que venía entendiendo el derecho por
discapacidad. Ya no se puede hablar de personas “discapacitadas”, sino
de sociedades –y derechos– que discapacitan. Que no ven. Que “declaran”
la discapacidad para no verla. Este cambio de modelo tutelar alcanza no
sólo a los “discapacitados” sino también a los menores que dejan de ser
vistos como “objetos” a ser “tutelados” desde arriba por sus padres y
empiezan a ganar en autonomía, en voz y en derechos. Son vistos no ya
como “objetos” sino como sujetos de derecho. Como personas con palabra.
Con autonomía.
2) La asunción de una perspectiva de género está directamente
vinculada con la necesidad de construir una Justicia más democrática (y
también se vincula esto, este avance de la mujer, precisamente al
definitivo abandono del “modelo tutelar” en el Derecho) que vea a la
mujer, que desnude todas las instituciones (penales, civiles), leyes,
que fueron pensadas a lo largo de la historia contra la mujer, para
“protegerla”, para “tutelarla” como a los niños, instituciones del
derecho (del hombre, dirá Frances Olsen) que consolidan o refuerzan un
estereotipo, el lugar en la sociedad de la mujer como madre, como
cuidadora (Etica del Cuidado). Leyes que siguen presentando el rol de la
mujer como un “beneficio”, la prisión domiciliaria (de la mujer, por
tener “un menor o un discapacitado a su cargo”) como un “privilegio”.
Como se ve, el modelo tutelar siempre trató de modo semejante/próximo a
los discapacitados y a la mujer. Los vincula. Vincula la discapacidad
con la maternidad. El ser discapacitado con el ser mujer. Por eso la
mujer como el discapacitado –como el menor– eran siempre seres tratados
–incluso hoy, es la letra de nuestro derecho– como “menores” que deben
ser tratados por el curador-tutor con el criterio de un “buen padre de
familia”. Esto se hace por su “bien”.
La democratización de la Justicia
es abandonar el modelo tutelar. Abandonar la “minoridad” de menores, la
“minoridad” de las mujeres, de los incapaces, de los “enfermos
dementes”. Es empezar a escuchar lo que no quiso ser escuchado. Acabar
con la discapacidad es acabar con la “tutela”. Es asumir que todas las
personas tienen derechos y tienen palabra.
Como se ve, al final del camino estos “dos puntos” son uno solo: el
abandono de la “tutela” alcanza a todo el derecho. El abandono del
modelo tutelar del Código Civil también implica un abandono de la
“tutela” en el campo penal. Del derecho penal autoritario. Acostumbrado a
encerrar y “tratar” a personas. “Reeducarlas” para que sean “normales”.
El gran punto de la democratización es el abandono del modelo tutelar
que margina “incapaces”, y sobre todo mujeres por no estar “listas” para
ser independientes.
El derecho debe repensar la salud mental, debemos repensar cuál es
la línea que separa a las personas “enfermas”, locas, de las personas
“normales”. Cómo esas personas “discapacitadas” son tratadas por la
sociedad. Y cómo son tratadas por el derecho. El primer paso para no
marginar es no estigmatizar a “enfermos”: no declarar “discapacitados”
donde solo deben ser vistas personas. El derecho no debe “declarar” la
discapacidad, debe combatirla. El derecho no puede convalidar lo que la
sociedad hace con las personas “discapacitadas” declarando que ellas
“son” lo que la sociedad hace con ellas: discapacitados. El derecho está
para revertir esto. No para “declararlo”.
El cambio de paradigma legislativo llegó con la nueva ley de salud
mental, que toma en cuenta una perspectiva de género, gran avance, pero
el nuevo modelo que trae esa ley necesita tiempo para ser comprendido
por los funcionarios y operadores jurídicos que siguen trabajando y
pensando (porque han sido educados y formados para trabajar así) sobre
la base de la “discapacidad” (exclusión/abandono) del “discapacitado”.
Sobre el silencio del “incapaz”. El discapacitado no tiene palabra.
Una Justicia democratizada es una Justicia que no conoce la
complicidad, la selectividad, el olvido, el silencio. Eso trae la
democratización. La contracara de la democratización es el abandono. El
sentido de la democratización es la visibilización de lo que muchas
veces es olvidado, queda invisible. La mujer, los discapacitados, los
niños menores, los “insanos”, los “enfermos”, los “dementes”, los y las
“idiotas”, han sido los grandes invisibles de nuestro derecho.
Democratizar es hacerlos visibles de nuevo. Es tratar por fin como
sujetos a los que hasta el día de hoy son y han sido objetos mudos del
derecho y de la sociedad. Democratizar es hacer visible lo que es
invisible por el derecho. Democratizar es aprender a escuchar lo que no
quiere ser escuchado.
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